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Amor, soledad, muerte, vida, amistad y resiliencia. Una historia real y etérea, nacida en el salto de cabeza a las vías de la herida. Leando Gil nos cuenta su historia intentando superar las barreras sociales en torno a la discapacidad y los estigmas que los prejuicios le agregan. Necesita de todos para publicar su historia.
“No puedo. No puedo. No puedo. Era una respuesta constante a cada uno de mis nuevos interrogantes sobre lo que iba a poder hacer después de que me amputaron los brazos, siempre es fácil perderse en los asuntos del miedo. Aquel subte me había dejado en una estación desconocida, parado en el andén de la incertidumbre absoluta. Ni siquiera aquellos que se habían formado en la materia se animaban a iluminarme un poco el túnel oscuro: “no vas a poder hacer muchas de las cosas que hacías, ni siquiera vas a correr como antes, te va a cambiar hasta el equilibrio”.
Los médicos tenían razón, mi cuerpo y su reacción ante los estímulos cambiaría, pero en algo se equivocaban: lo iba a hacer igual, aunque de otra forma. El primer ejemplo se dio con mi alimentación, por ese entonces dependía de manos ajenas para alimentarme, y era el primer escollo a resolver si mi intención era recuperar mi independencia. Le pedí
ayuda a mi entorno, y fue una tía abuela la que con su vieja máquina de coser confeccionó el primero de mis brazaletes.
A esa tobillera reformulada con elásticos le podía agregar un tenedor que salvaba la distancia entre el plato de turno y mi boca, otro de los elásticos del mismo prototipo admitió un palillo de batería, y esa sumatoria me permitió volver a usar una computadora para seguir formándome académicamente y reinsertarme nuevamente en el mundo laboral. Podía. Si quería, podía.
Comprendí entonces que para atravesar el proceso de recuperación era menester mancomunar los esfuerzos personales con la predisposición de terceros para derribar las barreras propias y ajenas. Cada lugar que habitaba tenía que poder adaptarse a mis necesidades, al igual que mis pares y viceversa. Sucedió con mis amigos, con mis profesores y compañeros de cursada, y posteriormente también con mis empleadores a medida que se me presentaban oportunidades concretas de trabajar.
Con las condiciones dadas en el contexto adecuado era capaz de desarrollar todo tipo de actividad que me propusiera. Esa inclusión se trasladó a cada rincón de mi existencia, el tiempo siguió su marcha perpetua y el camino fue testigo de metas cumplidas. Obtuve el título de periodista, y ese rótulo fue superado por uno que demanda un esfuerzo mayor cada día: ser padre. En ese momento entendí el valor real de sostener en tu pecho el peso del futuro.
Mi hija me enseñó respuestas que desconocía, lejos quedó la negativa incipiente de los primeros días, ya no se volvió a dibujar en las comisuras de mis labios ningún vocablo que me sentenciara de antemano a la imposibilidad de realizarme. En su lugar preferí esbozar sonrisas de satisfacción por lograr tomar impulso, equilibrar mis pasos para correr decidido a despegar mis pies del suelo, y volar sin límites… prescindiendo de mis alas”.
Para colaborar con la publicación del libro podés ingresar en: http://bit.ly/2toR78Z

